EL OASIS
No estaba muerto el frescor de la luna, me acarició la espalda. Un pequeño rumor de agua refrescó mis sentidos. No tenía miedo, apenas si podía moverme, me arrastré como una silente culebra, me dejé caer en la orilla, la luna me miró de nuevo, creo que hasta me sonrió. Cerré mis ojos, el agua me invitaba al sueño. Mi quemazón, se marchaba, mi corazón latía despacio. Ya no me dolían las sienes, ni el alma, solo sentí el cansancio de mis miembros, sólo la brisa y la arena, solo la plata y el silencio...
Arcángel
Arcángel